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En 1921, en Leiston, Escocia, un maestro influido por el psicoanálisis, Alexander Sutherland Neill, fundó una escuela que tomó el nombre del lugar donde se levantaba: Summerhill. Durante los casi sesenta años que duró la experiencia, esta escuela fue el referente más radical en la innovación de la educación. La filosofía de Neill era formar muchachos felices, independientes, libres de represiones y restricciones impuestas verticalmente. A este tipo de chicos él los llamaba autorregulados, pues eran capaces de realizar lo que les convenía, con buen raciocinio.

Para Neill, la transmisión de conocimientos, frente a la tarea de formar una personalidad libre, ocupaba un lugar secundario. Sus teorías, como era de esperar, escandalizaron a sus contemporáneos. Neill sostenía que “el fin de la vida es encontrar la felicidad, lo cual significa encontrarle interés; la educación debe ser una preparación para la vida”. Por eso se dedicó más a cultivar las emociones y los sentimientos de sus alumnos. “Concéntrense en los corazones, no en las cabezas”, aconsejaba a sus maestros.
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